El Concurso Literario.
¡Eran más de cien mil Euros!. Él (nieto de un novelista famoso) tenía impresa, corregida y lista, la novela ideal: en ella relataba de una manera 'geométricamente perfecta', la epopeya (bastante biográfica, pero eso lo sabía solo él) de un acomodado homosexual: de mocoso confundido, a joven monaguillo, postulante, seminarista comprometido, enamorado, rechazado, utilizado, decepcionado ex cura, vago e inédito escritor, peleado con la vida, vestido con el humo de cientos de cigarros negros, alimentado con algunas copas de ginebra a granel por día. Esperando en vano, el día en que el sol nos sorprenda a todos.
Su protagonista era como él, un triste modelo de la acción de la melancolía y la decepción en un hombre, alguna vez dueño de fe ciega, al cabo sin esperanza ni credo; humano que aparentemente fue -o en este caso quiso ser- y que va dejando su porción de existencia, precozmente entre nubes de humo y vapores etílicos.
Lo que debe ser, es. De alguna manera antes del 2 de febrero, en sobres manila, correctamente remitidos, llegaron los ejemplares a manos de la comisión calificadora. Fueron tres copias con plica. Diez días antes, los ganadores serían notificados y deberían trasladarse oportunamente a la ciudad, con los gastos pagados por el Ayuntamiento. El acto de entrega de premios, sería en el salón central de un lujoso hotel de Lisboa.
Pero la vida entre espeso humo, adulterada bebida y curiosos especimenes homínidos, es en extremo peligrosa; el sufrido autor de la novela en concurso, como el protagonista de su relato, encontró un final abrupto: en una estrecha y oscura calle, a manos de púberes extraviados en vapores de pegamento industrial. Felizmente el alcohol es un notable anestésico y posiblemente, su muerte no fue tan dolorosa como la intentaron presentar los medios de comunicación.
Un sobre expreso de DHL, procedente del Ayuntamiento de la Ciudad de Lisboa, recibió el sello: Imposible Entregar. Motivo: fallecido. Precisamente en esos momentos, el humilde féretro del consignatario, se procesaba en el crematorio municipal. El humo, viejo compañero de su existencia (velas, cirios, incienso, tabaco, aire urbano) se llevó consigo, el maltratado cuerpo del único que podía dar respuesta al enigma final de su novela.
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Ruth -