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Achachila: sus letras y desvaríos

Gallos Muy Machos.

Mi padre, a pesar de ser muy católico, era un ser pacifista y congruente; desde niña me enseñó a evitar el daño a seres vivos, ya sean del reino vegetal o animal.  Siempre me recordaba: "Quien maltrata un animal, no tiene buen natural". 

 

Cuando crecí y me hice adulta, me decía de modo menos metafórico: "Querida hijita, elige como pareja a quien ame a los animales, pues quien los maltrata, no dudará en maltratarte..."

 

Debí escucharle.  Pero los hijos e hijas solemos menospreciar a nuestros padres; siempre dudamos de lo que saben y nos creemos generalmente "más actualizados". 

 

Mi matrimonio fue relampagueante: conocí a Tomás en un congreso de desarrolladores de software: la solvencia y destreza que mostraba en su campo profesional, me impresionaron; su físico cuidado y meticulosa vestimenta, me hipnotizaron; su habilidad en la danza tropical me excitó como nunca y los vaivenes de su enérgica lengua al besar, me erotizaron al límite.  El sexo con él, intenso y agotador, terminó de lavar mi cerebro y con mi mayor sonrisa de boba, me convertí en menos de dos meses y medio, en la amante esposa de Tomás Castro, ingeniero de sistemas y ¡criador de gallos de pelea!.

 

Luego de tres años de matrimonio, lo único que nos unía como esposos, era la niña que nació a los diez y seis meses de casados. Él era una persona extraña para mi, pues luego de sus primeros gritos y golpes, a los que tuve que acostumbrarme, solo sentía miedo hacia su persona.

 

Hasta una noche de insomnio, en la que en los pocos minutos que pude dormir, soñé a mi padre que me decía: "¿Que sentido tendría decirte que te lo advertí? ¿Que haces llorando un destino que tú te forjaste y que tú puedes cambiar? ¿No olvides que el que a hierro mata a....." no pude oír más, pues mi hija sufrió en ese momento otra pesadilla (las que empezaron luego de aquella tarde, en que acompañados de su mañoso tío Quique, su padre la obligó a presenciar una pelea de gallos).

 

Entonces en mi mente se mostró una idea salvadora pero tenebrosa.  Abracé y calmé a mi hija.  Luego aguardé el amanecer, me levanté y cuando estuve segura de estar a solas en casa, busqué el teléfono. 

 

Varios colegas de Tomás (colegas en el tema de hacer apuestas sobre la vida de sus gallos)  se enteraron por voz anónima, -dicen que fingir es fácil para toda mujer- de la escopolamina en los espolones de los gallos de Tomas Castro y de su tío Quique el farmacéutico.

 

Los galleros son tan bestias, como su pasión y no soportan a los tramposos. 

 

Me enseñaron que el matrimonio es sagrado y eterno; hasta esa noche, en la que creí escuchar a mi padre, esa 'enseñanza' me corroía el alma.  Hoy como señora Castro, aún mantengo la casa en orden, 'como debe ser'.

 

Las investigaciones siguen abiertas, el oficial encargado continúa afirmando "que pronto sabrán algo..." sobre Tomás y Quique Castro, reportados extraviados dos años atrás, luego de un violento incidente entre apostadores y galleros.

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