De piratas y pirateo
Mr. Salesberg es el gerente comercial de la productora GMG, una de las mas grandes multinacionales de producción de multi media: van treinta años que trabaja en la misma empresa y hace doce es miembro del directorio. Su salario anual ronda una cifra de seis ceros y es considerado una personalidad muy importante en su ciudad.
Salesberg es uno de los mas cerrados defensores de los derechos de autor; desde su alto puesto está muy informado respecto a las millonarias pérdidas de la industria, resultantes de la piratería. La música, videojuegos, películas, libros y software producidos por la GMG recauda miles de millones de dólares anualmente. La piratería a sus productos -paralelamente- genera ganancias cuantiosas a quienes realizan copias no autorizadas en Shangai, Benares, Lima y Kiev (por citar solo algunas ciudades) pese a las permanentes acciones interdictoras que financia GMG, Sany, Tristar y todas las grandes empresas similares de occidente, gastando decenas de millones para "convencer" a las autoridades de cada país a que combatan la piratería.
Salesberg es dueño de una inteligencia notable; pese a su rol hegemónico, siente la paradoja que el y los suyos crean en un mundo global, que invita al consumo insulso, produce bienes innecesario y los promueve, vende millones de grabadoras, quemadores de CD, DVD, fotocopiadoras y persigue a quienes usan sus productos sin compartir con ellos sus ganancias. A solas, de vez en cuando, Salesberg suele interrogarse sobre la legitimidad de sus acciones (¿por que invadir agresivamente la cultura mundial con producciones que atraen millones de consumidores y perseguir implacablemente a quienes ofrecen esos productos a precios accesibles para la gran masa de población de escasos recursos que sufre el acoso de las multinacionales? ¿hasta que punto es ético encadenar al ciudadano común a ser esclavo de sus obesos intereses de ganancias? ¿por que no conformarse con sus ya jugosas ganancias y permitir que los menos privilegiados accedan a las tentaciones que les imponían los emperadores del capitalismo secante? ¿siendo la naturaleza del humano ser imitador, que sentido tiene perseguir criminalmente a quienes reflejan los instintos innatos de imitación?) pero su "instinto" capitalista solía acallar sus inquietudes, recordándole que cada dólar ganado por la piratería era un dólar del cual él no tenía parte.
Eleodoro Chumpi es un ex campesino latinoamericano, residente de una ciudad populosa y ensimismada en su cotidiana lucha contra la miseria heredada. Hace once años vendió sus tierras y con los recursos obtenidos, compró una casa en una zona popular de la ciudad mas próxima, dos autos que servirían de taxis y abrió un almacén surtido. Hace tres años, con un compadre procedente de la capital, decidió invertir en varios equipos de grabación de videos, CD y DVD y se dedicó a reproducir música, software, y películas pirateadas para obtener ganancias merced a la demanda de dichos productos incluso en las villas miseria mas alejadas de su medio. Los precios de sus productos eran irrisorios comparándolos con los inaccesibles montos de los productos originales; este hecho le aseguró demanda permanente y su capital se incrementó notablemente en cosa de meses, pese a la competencia resultante de productos pirateados procedentes de Asia, que en su momento, él mismo decidió comprar de ciertos distribuidores encubiertos.
El Cnl. Quiñones es comandante de la policía departamental, en su casa no es fácil contar la cantidad de libros, casettes, CDs, Videos y últimamente DVDs piratas: sus pequeños hijos, su esposa y el mismo, son asiduos compradores de productos pirateados que en cualquier hora del día se pueden adquirir a ínfimos precios en las calles populosas de su ciudad. El Cnl. nunca se preocupó de la legalidad de sus cotidianas compras, sencillamente por que -considera- su salario (y sus ingresos no precisamente legales) como injustos e insuficientes. Por órdenes de su comando nacional (convenientemente motivado con algunos cientos de dólares), se le instruyó realizar batidas, decomisos y arrestos sumarios a cuanto ciudadano sea descubierto produciendo, comercializando, comprando o poseyendo artículos pirateados; sus órdenes son contundentes y exigen resultados en el transcurso de las próximas 24 horas. Es así que desde las 9 de la mañana del día siguiente, ordenó que decenas de policías uniformados y encubiertos salgan a las calles a cumplir con la "campaña nacional de combate a la piratería".
Melba Valdéz es una madre soltera de tres niños, apenas concluyó la primaria, vive hacinada en una reducida habitación en un conventillo de las afueras de su ciudad, y desde año y medio, logra financiar su renta y la alimentación de sus hijos vendiendo la mercancía de la "productora" de Eleodoro Chumpi. Por toda venta realizada, ella gana el 2 %, que no es gran cosa, pero siempre será mejor que nada, en un país rico en recursos naturales, pero poblado de miserables sumidos en su ignorancia por los intereses de su clase gobernante, tradicionalmente apegada a los usos e ideologías foráneas (que es lo mismo que decir a la ganancia económica cueste lo que cueste). Cada domingo ella se traslada a la casa de Chumpi, y recibe en dos bolsones grandes el reemplazo de la mercadería vendida la semana pasada, previa cancelación en efectivo.
Ese jueves, el clima estaba particularmente frió y ventoso, Melba tenía a sus tres hijos con bronquitis y en cama; no podían ir a la escuela y debían tratarse su afección con mates de hierbas disponibles en su medio, pues médicos y medicinas eran lujos inaccesibles para ellos. Melba dejó el viejo termo lleno de mate de borraja, arropó a sus hijos, les amenazó con enojarse si no se cuidaban y/o peleaban en su ausencia, dejó los tres panes que correspondía para el día y se despidió apenada por no poder comprarles algún medicamento, sabiendo que deberían esperar hasta el anochecer para ver retornar a su madre, y si la venta había sido fructífera, tal vez poder comer alguna empanada frita o algo de fruta y verdura. Melba cargó los dos bolsones con CDs y algunos DVDs y se marchó al centro de la ciudad, tratando de negar los efectos de la gripe que aún no se pasaba en ella, fruto del hacinamiento en el que vivía.
A las cuatro de la tarde, Melba se preparaba ya para retornar a su hogar; durante la mañana había logrado vender mas de veinte CDs y tres DVDs, en su interior sonreía y oraba agradeciendo a su santo favorito por la suerte que en tan frío día tuvo, pero decidió aguardar hasta la salida de las oficinas y una vez vendidos algunos productos más, volver a su hogar.
A las cuatro menos cuarto, el Cnl. Quiñones en persona ordenó a sus hombres bloquear la cuadra donde se encontraba Melba; inmediatamente, grupos de policías procedieron a detener a todos (eran alrededor de nueve humildes vendedores) quienes ofrecían productos pirateados: a empujones y bastonazos, introdujeron entre gritos e insultos vociferantes a Melba y sus colegas a una vieja vagoneta enrejada; sin mediar explicación, fueron enviados a las celdas de la seccional de policía central. En medio de cámaras de televisión y representantes regionales de GMG y Sany se leyó una acusación de asociación ilícita, quebrantamiento de la ley de derechos de autor, resistencia al arresto, faltamiento a la autoridad y dos o tres términos que Melba no pudo entender.
Melba lloraba y gritaba piedad: gritaba que tenía a sus hijos enfermos y abandonados, gritaba que ella no era dueña de los productos, imploró por sus hijos, pero a nadie le importó su tragedia: habían ordenes concretas de mostrar ante la prensa que la policía nacional estaba en franca lucha contra la corrupción y el pirateo.
A las ocho de la noche, antes de retirarse a su domicilio, el Cnl. Quiñones y dos oficiales amigos suyos entraron al depósito de la seccional, abrieron los bolsones decomisados, hurgaron entre los discos incautados, seleccionaron buen número de CDs, y se los apropiaron entre comentarios sarcásticos y bromas a costa del Dr. Acosta (representante de GMG y Sany). Salieron del depósito y se dirigieron a sus vehículos.
A minutos de llegar a su casa, el celular del Cnl. Quiñones sonó y escuchó la voz de Eleodoro Chumpi:
-Mi coronel, habla Chumpi, mi coronel, le agradezco mucho su dato, mi coronel, como fue nuestro trato, pase por favor mañana por la casa para que le entregue lo convenido; le garantizo que por dos semanas por lo menos, no saldrá ni un CD de mi productora, gracias, mi coronel- Quiñones terminó la conversación, sonrió pensando en los 200 dólares que Chumpi le entregaría mañana y se apresuró a llegar a su casa (tenía ganas de escuchar ese CD de Lucho Gatica que no había visto hasta entonces).
Simultáneamente, Mr. Salesberg pagaba con su tarjeta platinum el consumo del exclusivo restaurant en el que agasajó a su nuevo gerente regional de ventas, le exigió que priorice la lucha contra la piratería en toda la región andina, asegurándole excelentes comisiones, mientras prendia su cigarro cubano (prohibido en el mercado americano) sonriendo por el éxito de sus últimos lanzamientos al mercado.
Mientras Salesberg lanzaba bocanadas de humo, a miles de kilómetros de distancia, el hijo mayor de Melba Valdéz entre desesperados llantos, golpeaba insistentemente la puerta de su vecina: su hermanito menor se ahogaba y consumía en fiebre, y no sabía que hacer, ni menos sabía donde estaba su madre, quien nunca llegaba después de las ocho de la noche.
En ese mismo instante, en la casa de Chumpi, este ordenaba a dos empleados suyos empezar con la reproducción de la película "Piratas del Caribe" a partir de un DVD recién entregado por su contacto en Sany y ensobraba diez billetes de 20 dólares para el Cnl. Quiñones.
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